domingo, 15 de mayo de 2011

Presentación

Sukyo Mahikari, (en japonés: Luz de verdad), es una asociación religiosa japonesa que busca llevar al hombre a la tranquilidad física y espiritual a través de la llamada "luz verdadera". Las reuniones y sesiones de imposición de mano en el Perú se llevan a cabo en un templo ubicado en la Av.Cesar Vallejo 455, Lince - Lima. Este grupo religioso se encuentra conformado por hombres y mujeres pertenecientes a diferentes religiones, principalmente de clase media y alta, en su mayoría de edad promedio o avanzada y en pocos casos por niños traídos e incentivados por sus propios padres. La técnica de purificación del alma y de los tres cuerpos (espiritual,astral y físico), es una de las características más importantes, al igual que la gran variedad de sus enseñanzas, en las cuales se abordan temas tales como la salud y cómo lograr una larga vida duradera, la ciencia y los avances del mañana, los principios del universo y su planteamiento de cómo lograr vivir en armonía con el entorno, y finalmente el mundo invisible, en el cual se esclarecen cuestiones tales como la filosofía del más allá.


Antecedentes de la asociación religiosa : Mahikari

El fundador de esta asociación es Kotama (Yoshikazu) Okada (Japón 1901-1974). Okada fue un antiguo oficial de la guardia Imperial Japonesa. Después de la II Guerra Mundial, Okada se adhirió a un movimiento de tipo religioso llamado, Sekaj Kyusei Kyo, fundando en 1934 por Moshichi Ikada, disidente de la secta motokyo. Kotama Okada declaró en 1959 haber escuchado en su interior la voz de la divinidad que le impuso su misión y el nombre de “Kotama” que significa “esfera de luz”. Ese mismo año Okada publica, Le Goscigen, libro de las palabras Sagradas, donde hace revelaciones en las cuales dice haber recibido del <Dios supremo, creador del Universo, por medio de un mensajero>. Esta asociación tiene como fecha de su fundación formal en el año 1960. 

En el año 1974 Okada pasa a mejor vida, y luego de este suceso la asociación sufrió diversos enfrentamientos para determinar quién mantendría el liderazgo del movimiento.

El año 1984, es uno de los años mas importantes para esta asociación, pues se da la construcción e inauguración del gran templo de Suza( Altar dedicado al Dios Supremo), ubicado en Takayama (Japón), el cual costó varios millones de dólares construir. Este templo es el actual centro de peregrinación de los miembros. Finalmente en 1984 se establece una de las ramas del movimiento con un nuevo nombre : Sûkyo Mahikari.



Estrategia de observación realizada

Nuestro grupo al elegir como visita la asociación religiosa “Mahikari”, pensó que sería una muy buena idea ya que muchos grupos asiáticos son bastante reservados y la mayoría de veces permanecen sin ser conocidos o estudiados y además, también, porque se rigen por costumbres y creencias bastantes complejas y contrarias a la concepción del mundo que tienen los occidentales. 

Decidimos usar como método de estrategia la “participante” ya que nosotros debíamos vivir, sumergirnos y experimentar las vivencias , sensaciones y emociones que los integrantes de este grupo tenían y sentían al recibir Okiyome y así poder posteriormente dar a conocer nuestro punto de vista sobre esta experiencia y realizar el trabajo . Por otro lado, al llegar al centro Mahikari , decidimos dividirnos de manera en que pudiéramos percibir todo lo que pasaba en ese momento. 

Por ejemplo, Renato se encargo de pedir folletos e información de esta secta en recepción, Cynthia y Tiziana se sacaron los zapatos, los guardaron en los casilleros junto con los de los chicos y empezaron a escuchar la teoría que te brindaba el señor que guiaba a la gente que participaba por primera vez , mientras que André recogía los carnets que debíamos utilizar para poder llevar a cabo esta experiencia. Al acabar nos reunieron a los cuatro, cada uno llenó su ofrenda con la cantidad de dinero que deseaba y subimos al tercer piso donde nos sentaron a todos. Pasaron unos minutos y dos personas se nos acercaron a decirnos si estábamos listos para recibir Okiyome, entonces eligieron a Renato y a Tiziana, quienes caminaron por una alfombra roja y al llegar al final de esta, en una cajita de madera metieron su ofrenda y rezaron. Luego, fueron al fondo del salón y realizaron la actividad en unos cojines amarillos donde durante media hora estuvieron en tres posiciones distintas: primero sentados diez minutos, luego de espalda y finalmente echados con una manta crema encima, mientras que Cynthia y a André tomaban sus lugares delante de nosotros en unas sillas en dos posiciones de manera que pudieran observar lo que estaba ocurriendo en la sala de espera. Al terminar cada guía los hizo arrodillar en el centro del lugar frente a una estatua, rezar, realizar tres venias y decir en voz alta “¡adiós con todos!”. Cuando los cuatro realizamos ese procedimiento, nos juntamos y bajamos a recepción donde tuvimos que dejar los carnets, ponernos los zapatos y recoger nuestros DNI. 

Si nuestro grupo hubiera utilizado la estrategia clásica y solo hubiéramos observado y recopilado información, no hubiéramos podido saber realmente porqué la gente desempeña esta actividad y qué beneficios les aporta a su vida. Por eso y en conclusión, el grupo ha entendido que ser parte de esta asociación significa tener un espacio de tranquilidad y espiritualidad, que a través del rezo puedes sanar lo que a cada uno en su vida le perjudica y tener un aura positiva. También tomamos algunas fotos al exterior para que se pueda observar en qué lugar nos encontrábamos, ya que dentro del recinto no se permitían.

Contexto de la Observación

A continuación mostraremos tres diagramas que nos ayudarán a entender el contexto en el que estuvimos ubicados. El templo Mahikari se divide en tres pisos.

1. Templo Mahikari


Mapas del interior del Templo




En el primer piso hay mucho movimiento. Las personas entran y deben hacer un par de procesos para poder llegar al proceso de la purificación. Las personas que entran deben sacarse los zapatos en un lugar especial para ingresar al templo en medias. Luego deben acudir a los baños para lavarse las manos y la boca y asi poder estar limpios para la purificación. Se encuentra la recepción, una pequeña sala de conferencias y una biblioteca/librería, la cuál esta para brindar información acerca de la asociación y donde también se pueden conseguir libros de esta misma.



El segundo piso, es un sitio especial, para reuniones de mayor importancia, conferencias, etc. Por ello el día que acudimos no transitaban muchas personas por ahí, pues no era un día de celebración o reunión importante. La gran mayoría de personas iban del primer piso directo al tercer piso.



En el tercer piso podemos observar el proceso de purificación. Las personas llegan al tercer piso, van a recepción y deben esperar a que llegue una persona que le pueda hacer la imposicion de manos. Para ello, deben pasar primero por el altar, hacer un par de venias y luego ubicarse en una de las sillas/colchoneta, para proceder con el proceso de purificación.

EXPERIENCIAS RELATADAS POR LOS INTEGRANTES

En los siguientes textos, se ha realizado una descripción detallada y subjetiva de los hechos más relevantes de la experiencia vivida y de la percepción que se tuvo acerca de estos por parte de cada uno de los integrantes del grupo durante la visita al templo "Sukyo Mahikari".

Dato curioso: Dentro del templo no estaba permitido grabar videos ni tomar fotos. A continuación pondremos algunas fotos que pudimos tomarnos fuera del templo.

sábado, 14 de mayo de 2011

Experiencia descrita por Tiziana Cerino

Al comienzo, cuando llegué al templo, me sentí un poco rara por las costumbres que habían, como sacarte los zapatos, lavarte las manos y la boca antes de subir a recibir okiyome, etc. Sin embargo, la gente es tan amable y desempeña tan bien sus labores que te hacen sentir como en casa.

A mi me gustó mucho ya que es un lugar con mucha tranquilidad y relajación en donde a la vez, compartes experiencias con los Okiyome, que son las personas que te explican todo el proceso. Por otro lado, cuando los okiyome empezaron a rezar por mi y me echaron en unos cojines donde tocaron zonas de mi espalda y cuello, sentí un gran alivio y una sensación extraña, como si me hubieran sacado un peso de encima. Otra cosa que me llamó mucho la atención es que cada vez que entra una persona, todo el mundo que está rezando saluda a la persona que se arrodilla. Además, se puede observar una diversidad de gente de diferentes niveles económico, cultural y profesional donde no segregan a nadie .

Por otra parte, el señor que me tocó, para que yo aprenda a recibir Okiyome, lo primero que hizo fue poner un carnet que decía que era mi primera vez, luego me hizo arrodillarme y saludar a todos los del salón. También, antes de echarme debía hacer tres venias, rezar una oración y dar tres palmadas. Este proceso lo tuve que repetir tres veces. Cuando acababa, empezaba todo el proceso espiritual, en el cual solo tienes que juntar tus manos y cerrar los ojos y el okiyome te tapa con una especie de colcha amarilla y pasados los treinta minutos, te levantas, vas hacia la entrada y en voz alta te despides de todos, quienes en seguida te responden con el mismo saludo.

viernes, 13 de mayo de 2011

Experiencia descrita por Renato Oliva

En realidad, visitar una nueva asociación religiosa diferente a la que yo estaba acostumbrado fue algo que no me esperaba. Desde que ingresabas al templo japonés Mahikari, se podía sentir una energía diferente, quizás proveniente de la gente que lo habitaba. Todo se encontraba completamente impecable y ordenado, la gente se saludaba mutuamente, se reía, se miraba e intercambiaba pequeñas conversaciones en el camino. 

Una vez en la puerta, una de las condiciones para poder tener acceso a todos los pabellones del lugar era que debíamos necesariamente quitarnos los zapatos, envolverlos en una bolsa y depositarlos en unos casilleros de madera a unos cuantos metros a la izquierda de la entrada y permanecer en medias tanto como durara la visita, así como también lavarnos las manos para mantener la limpieza del lugar. Ya en medias y con las manos limpias, procedíamos a entrar. Un señor de estatura promedio, bastante amable y cordial nos dio la bienvenida, nos atendió desde que pisamos el recinto y prácticamente fue nuestro guía en toda la experiencia. Nos brindó además vasta información sobre los orígenes de la asociación, la gente que la conformaba y las actividades realizadas diariamente. Para poder dejar huella de nuestra visita, tuvimos que acercarnos a la recepción del lugar, (a unos cuantos metros al frente de la puerta), para poner en una cartilla nuestro nombre, edad, y procedencia, y además dependiendo de las veces en que habíamos visitado el lugar, usábamos un color de tinta diferente para escribir. Nosotros, por ser primera vez, usamos el lapicero negro. Luego de esto, pasamos a hablar con la recepcionista para darle a conocer el motivo de nuestra visita, recibir información del grupo religioso (que venía en un pequeño libro que nos regalaron ahí mismo), y una colaboración voluntaria que depositabas en un sobre con tu nombre y edad y lo llevabas contigo a la altura del pecho hasta el tercer piso como ofrenda para Dios. Luego de esto y de recibir el folleto, el señor que nos atendió desde la entrada nos preguntó si realmente estábamos dispuestos a someternos a la llamada “imposición de manos”, que se creía sanaba males y te liberaba de la mala energía para eventualmente llevar una mejor y más larga vida. Al principio no sabía de qué estaba hablando, ya que lo primero que se me vino a la mente fue un señor vestido al estilo Budda, temblando al centro de una habitación y lanzando bendiciones por todos lados; pues no era así, no hasta que llegué y lo experimenté.

Yo y mis demás compañeros habíamos llegado con el espíritu de someternos a cualquier cosa que nos ayude a descubrir en primera persona la sensación transmitida y percibida por miembros de la asociación en esta actividad y comprendimos que no había mejor manera de hacerlo que a través de la inmersión y participación activa de cada uno de nosotros. Es por eso que aceptamos y nos dirigimos en compañía de nuestro guía-instructor hacia el tercer piso donde se llevaría a cabo la imposición. Yo sentía que estaba nervioso y temía la posibilidad de hacer algo mal o considerado “incorrecto” para ellos, que me haga pasar un mal momento o dejara disgustado a las personas del lugar. En realidad, por el contrario, fuimos tan bien instruidos en todo el camino hasta el último piso del recinto, que no cabía alguna duda de que lo haría bien y nadie me juzgaría por nada. En todo este recorrido, nunca dejé de sentir la fuerte energía del lugar, podía además percibir un zumbido dentro de mi cabeza y pequeñas ondas causadas por alguna razón que no lograba explicar. Era extraño, aunque no era la primera vez que me pasaba. Cuando llegamos, la primera impresión de ver a las personas sentadas, algunas con las manos alzadas hablando en voz alta un idioma diferente (que supuse era japonés), en una habitación amplia y ambientada, fue que era un estilo inusual de Yoga y que no sería tan difícil como pensé, aunque al final no fue así. Una señorita muy gustosamente nos atendió y nos llevó a una fila de sillas donde podíamos esperar nuestro turno leyendo un libro relacionado al tema u observando a los demás como se sometían. La posición de las personas dentro del espacio era bastante peculiar, algunas se encontraban sentadas en sillas, otras en la alfombra e incluso arrodilladas o echadas boca abajo paralelamente en filas y columnas a una cierta distancia de una a la otra, mientras algún miembro experimentado o dotado con la capacidad de transmisión y absorción de energía imponía las manos sobre el individuo inmóvil. Muchos de ellos se mostraban bastante relajados y “en paz”, lo que me hizo creer que después de todo nada podría ser tan malo como me lo imaginaba. No tardó mucho para que llegara mi turno, así que me llamaron para el saludo previo a la imposición. Primero, junto con el guía, me arrodillé al final de una alfombra larga que alcanzaba hasta el altar, (como cuando se van a casar en una iglesia), y que dividía en dos al grupo de personas que en el momento se encontraban sometidas a la imposición. Una vez arrodillado, pasé hacer unas venias y a saludar: “¡Buenas tardes!”, en voz alta hacia todos, los que a su vez respondieron en conjunto y con gratitud el mismo saludo. Consecuentemente, procedí a acercarme al altar, a arrodillarme nuevamente ante él y a realizar una serie de venias, una tras otra, hasta que el guía dio la orden de pararme y dirigirme a la persona que me impondría las manos. Una vez sentado en la silla de la “imposición”, el terapeuta u Okiyome, (como se hacía llamar), me saludó muy gustoso y me preguntó mi nombre, dónde estudiaba y el porqué de mi visita. En este momento, cometí el error más grande de todo el recorrido, cuando a la tercera pregunta respondí con: “Por un trabajo de antropología, necesitamos investigar sobre una asociación religiosa y someternos a lo que hacen”; esto fue lo peor que puede haber hecho, ya que el señor un poco disgustado y ofendido frunció el ceño y respondió con un “¿Qué?”, mirándome fijamente y posteriormente moviendo la cabeza de lado a lado en señal de desaprobación. Trató de ignorarlo y procedió a hacer unas cuantas venias más conmigo antes de iniciar. Todas las demás personas a mi alrededor continuaban con lo suyo y permanecían quietos en su lugar, al menos que ya hubieran terminado y sea hora de retirarse; la bulla no era problema para ellos ya que se encontraban muy concentrados o “metidos en sí mismos” como para hacer caso a ruidos. Luego de ello, el terapeuta me pidió que cerrara los ojos por 10 minutos, sin abrirlos por ningún motivo hasta que él lo diga. Después de esto, solo pude oírlo decir unas cuantas palabras rápidamente en japonés con periodos de silencio en ocasiones. Procedí, al abrir lo ojos, a echarme en un colchoneta con una manta que cubría la mitad de mi cuerpo, mientras que el Okiyome tocaba algunas partes de mi espalda y seguía repitiendo constantemente palabras en japonés. Al terminar la sesión, me sentía como “volando”, completamente relajado. El terapeuta me dijo al oído que ya había concluido la sesión y que me parara y doblara la manta que había usado. Esto me pareció muy raro, ya que fui el único al que le pidieron que lo haga, nadie más lo hizo. Me paré con un “Gracias, me siento muy relajado y mejor que antes”, sin recibir una respuesta. Regresé al altar, me despedí con las mismas venias que al principio y un fuerte buenos días para todos los presentes al final de la alfombra, tomé mis cosas y me senté leyendo en espera de mis demás compañeros. 

Fue una experiencia completamente fuera de lo común que me dejó sorprendido al poder ver que hay otras personas, en un sentido, iguales a mí, con diferentes percepciones y creencias acerca de la vida y diferentes maneras de vivirla, así como también la forma de comportarse y relacionarse muy gentilmente con otros, que si bien podrían no compartir las mismas concepciones e ideologías, son tan iguales a ellos como lo soy yo y por tanto merecen el mismo respeto y aceptación.

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