sábado, 14 de mayo de 2011

Experiencia descrita por Tiziana Cerino

Al comienzo, cuando llegué al templo, me sentí un poco rara por las costumbres que habían, como sacarte los zapatos, lavarte las manos y la boca antes de subir a recibir okiyome, etc. Sin embargo, la gente es tan amable y desempeña tan bien sus labores que te hacen sentir como en casa.

A mi me gustó mucho ya que es un lugar con mucha tranquilidad y relajación en donde a la vez, compartes experiencias con los Okiyome, que son las personas que te explican todo el proceso. Por otro lado, cuando los okiyome empezaron a rezar por mi y me echaron en unos cojines donde tocaron zonas de mi espalda y cuello, sentí un gran alivio y una sensación extraña, como si me hubieran sacado un peso de encima. Otra cosa que me llamó mucho la atención es que cada vez que entra una persona, todo el mundo que está rezando saluda a la persona que se arrodilla. Además, se puede observar una diversidad de gente de diferentes niveles económico, cultural y profesional donde no segregan a nadie .

Por otra parte, el señor que me tocó, para que yo aprenda a recibir Okiyome, lo primero que hizo fue poner un carnet que decía que era mi primera vez, luego me hizo arrodillarme y saludar a todos los del salón. También, antes de echarme debía hacer tres venias, rezar una oración y dar tres palmadas. Este proceso lo tuve que repetir tres veces. Cuando acababa, empezaba todo el proceso espiritual, en el cual solo tienes que juntar tus manos y cerrar los ojos y el okiyome te tapa con una especie de colcha amarilla y pasados los treinta minutos, te levantas, vas hacia la entrada y en voz alta te despides de todos, quienes en seguida te responden con el mismo saludo.

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